Hoy descubro que realmente nada es para siempre.

Durante más de veinticinco años pensé que mi trabajo era lo más estable que tenía fuera de mi familia. Día a día di lo mejor de mí y me esforcé andando el camino que sentía era el correcto.

Todo cambió en menos de 24 horas. A mediados de octubre me alcanzaron los cambios administrativos y mi vida dio un giro que no había previsto. De repente me encontré de frente a una realidad que no quería ver: lo único cierto en la vida es la muerte.

Toda estabilidad, todo ahorro, toda certeza puede convertirse en nada en cualquier momento. Recomenzar el camino es desafiante, difícil, complejo y lleno de angustiosa intranquilidad. Y aclaro, lo único que perdí fue un ingreso, nada más.

Esta pérdida, puramente material, me ha golpeado tan fuerte que me obligó a detenerme y a reflexionar sobre lo que he hecho y he dejado de hacer.

¿Qué hubiera pasado si en lugar de un trabajo hubiera perdido la vida? Sin duda la situación económica de mi familia sería difícil, pero no estaría hecha trizas. ¿Por qué?, Porque hace poco más de un año tomé la decisión de comprar un seguro de vida para mí. Yo tengo la certeza del ingreso por fallecimiento que ofrece el seguro social, sin embargo, el lapso entre la muerte y la recepción de los fondos se vuelve sumamente angustiante. Por eso fue por lo que decidí adquirir ese seguro.

Además, hace un par de años mi esposa y yo terminamos de pagar nuestros servicios funerarios a futuro, una compra que decidimos realizar unos meses después de iniciada la pandemia y que hoy nos da una tranquilidad emocional todavía mayor.

No hay certezas en la vida, salvo como decía líneas arriba, más que la muerte, que puede llegar a cualquier edad en cualquier momento, bajo cualquier circunstancia.

Imaginemos este caso: el jefe de familia responsable, honesto, trabajador, ordenado, muere inesperadamente. Deja a su familia con un pequeño ahorro, incluso sin deudas. Sin embargo, sin la fuente de ingresos que él representaba (imaginemos de momento que la esposa estaba dedicada a los hijos), los ahorros se desvanecen como humo y la angustia llega a la familia.

Y las cosas no serían tan diferente incluso si la esposa también trabajara. El equilibrio económico después de la pérdida de un ingreso necesita tiempo para restablecerse.

En estos momentos en que me encuentro sumergido en un pantano de incertidumbre financiera, veo con más claridad que nunca lo importante de estar preparado para las eventualidades de la vida. Cierto, ninguna preparación garantiza que no habrá sufrimiento o dolor, pero prefiero sentir que estoy haciendo todo lo que está en mis manos para estar listo ante las eventualidades que seguramente llegarán.

Hoy estoy frente a un horizonte nuevo, resultado de un cambio que no imaginaba hace menos de seis meses.

Esta nueva visión que tengo de la vida, del mundo, de la actividad cotidiana, incluso del trabajo, me da la oportunidad de detenerme un momento, de voltear a observar, de pensar lo que veo y de reflexionar.

En estos momentos entiendo cabalmente que nada es para siempre, que todo es cambiante y que lo único inmutable es la llegada de la muerte. Y para esa certeza es para que debemos prepararnos de la mejor manera posible; creo firmemente que la mejor manera es adquiriendo tranquilidad es a través de un seguro: de vida, contra accidentes, por robo, por incendio. Lo que podamos aportar a nuestra tranquilidad será invaluable para el momento en que lleguemos a necesitarlo.

Recuerdo que hace años un asesor me dijo: la mejor póliza es aquella que nunca tiene que cobrarse. Y es cierto, salvo un pequeño detalle: un seguro dotal ¡sí que vale la pena cobrarse!

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