Ciudad Juárez, nuestra frontera vibrante y resiliente, parece estar siendo arrastrada, una vez más, hacia una identidad simplista y dañina: la de una “cantina gigante” al servicio del hedonismo sin límites. Esta ruta, más que una tradición, es una regresión peligrosa que se ejemplifica en las recientes y lamentables consecuencias de eventos que, bajo el velo de la “cultura” o el “entretenimiento”, sólo han traído consigo destrucción y tragedia.
La Sombra de la Prohibición: Un legado equivocado
No es un secreto que la imagen de Juárez como destino de vicio tiene raíces históricas profundas, impulsadas irónicamente por una moral ajena. Durante la Ley Seca en Estados Unidos (1920-1933), la prohibición del alcohol en ciudades vecinas como El Paso, Texas, convirtió a nuestra frontera en un oasis de licor. Juárez se erigió como un centro de producción y contrabando, llegando a ser, según historiadores, la mayor distribuidora de whisky para Estados Unidos. Este contexto, aunque generó una prosperidad fugaz para algunos, cimentó la percepción de nuestra ciudad como un lugar de excesos y tolerancia al desorden, un estigma del que, un siglo después, todavía no logramos desprendernos. Los angloamericanos visitaban la ciudad en busca de alcohol y contacto sexual, alterando el orden público.
Hoy, la historia parece repetirse, no por una ley de prohibición externa, sino por la anuencia interna de enfocar el desarrollo y la imagen pública en eventos que glorifican el consumo desmedido, con consecuencias previsibles y terribles.
El costo de la fiesta: naturaleza y vida humana
Los recientes incidentes son una bofetada a cualquier aspiración de progreso cívico y sustentable:
1. El Wine Fest y la herida ecológica
El llamado Win Fest, un evento que supuestamente promueve la “gastronomía” y la “cultura”, tuvo como resultado la quema de árboles en el raquítico pulmón de la ciudad. En un entorno desértico como Juárez, donde cada metro cuadrado de área verde es un tesoro vital, permitir que un evento de este tipo devenga en daño ambiental irreparable es una muestra de desinterés. No se puede hablar de “alta cultura” mientras se quema la poca naturaleza que nos queda, sacrificando el bienestar colectivo por un fin de semana de copas. Este acto es un símbolo de cómo el afán de lucro rápido, asociado al alcohol, destruye el patrimonio natural que tanto necesitamos.
2. Bike Fest: La Muerte Anunciada en la Frontera
Más grave aún es el caso del Bike Fest, que culminó con la muerte de una persona a causa de una riña. Este trágico desenlace es el colofón predecible de la cultura del descontrol que detenta el sector de motociclistas cercano a la Pérez Serna y la Plaza de la Mexicanidad. Este lugar se ha convertido en una zona de franca anarquía donde el alcohol y otras sustancias corren sin control. La autoridad parece hacer la vista gorda ante la recurrente violencia y el riesgo que implican estas concentraciones, donde las peleas y las tragedias son, de hecho, esperables y, peor aún, se han rumorado muertes anteriores que la autoridad ha intentado ocultar. La muerte en el Bike Fest no fue un accidente, sino la consecuencia lógica de un ambiente de barbarie consentida.
Un llamado a la cordura y la dignidad
Juárez es mucho más que sus bares. Es la fuerza de su industria, la creatividad de sus artistas, la tenacidad de su gente y su estratégica posición binacional. Es hora de que las autoridades y la sociedad en general dejen de vender la imagen de Juárez como un mero centro de alcoholismo fronterizo.
Ya basta de arrastrar a la ciudad a la barbarie del alcohol. El desarrollo no se mide en litros de licor vendidos, sino en calidad de vida, seguridad y respeto al espacio público y la ley. Demandamos que los eventos masivos sean sinónimos de cultura, deporte y convivencia sana, y no pretextos para la destrucción y la violencia. Exigimos un cambio de ruta que privilegie la dignidad sobre el vicio, la ecología sobre el descontrol y la vida sobre la riña. Nuestra ciudad merece un mejor legado que el de una eterna “cantina de la frontera”.